Conclusión

 

Conclusión

 

 

 

            Como hemos comprobado, los cuentos de Perrault, en el momento en que fueron escritos, tenían un doble destinatario: las personas concurrentes a la corte de Versalles y los niños.

            La moda de los cuentos de hadas entre la gente de la clase alta había empezado unos años antes, en 1685, con la condesa d’Aulnoy. Testimonios de Mademoiselle Lhéritier prueban que los cinco cuentos en prosa que figuran en el manuscrito de 1695 fueron leídos en voz alta y discutidos  en las reuniones literarias cortesanas (Soriano, op. cit.: 29).

            Ahora bien, el mismo autor, en el prefacio a la cuarta edición de los tres cuentos en verso de 1695, indica que su obra está dedicada a los niños:

            Por más frívolas y bizarras que sean estas fábulas en sus aventuras, es seguro que despiertan en los niños el deseo de parecerse a aquellos que ven arribar a un final feliz  y al mismo tiempo el temor a las desgracias en que caen los malvados a causa de su maldad. ¿No es acaso elogiable de parte de los padres y las madres, que cuando sus niños no son todavía capaces de paladear  las verdades sólidas y desnudas de todo encanto, se las hagan amar y, si se me permite decirlo, se las hagan tragar envueltas en relatos agradables y proporcionados a la debilidad de su edad? (Collinet, op. cit.: 52)

Al aludir a ello, Perrault no sólo inaugura la literatura escrita especialmente para los niños sino que se ubica en una corriente  típica también en nuestros días: la educación moral a través de la literatura. Consecuencia de esto, son las moralejas en verso que aparecen al final de cada cuento. Generalmente son dos pues, como dijimos, el autor siempre está pensando en dos destinatarios.

            Las fuentes de sus cuentos son, en la mayor parte de los casos, populares. Los miembros de la clase alta conocían estos cuentos porque les habían sido narrados en su infancia por niñeras de origen humilde. Además, como demostró Chartier, la alta burguesía también leía literatura de colportaje, como los famosos libritos de la Biblioteca Azul en la que circulaban los cuentos tradicionales.

Perrault escribe “cuentos de hadas”, pero ya vimos que no todo es ficción. En su afán de actualizar los viejos cuentos, el autor permite que la realidad contemporánea se filtre en ellos. La sociedad del Antiguo Régimen detentaba una gran desigualdad social; tanto los poderosos como los más humildes aparecen retratados en los cuentos.

Empecemos a recorrer la pirámide social desde su punto más alto: la corte de Versalles, ámbito en donde se movía libremente el autor en su calidad de rico burgués intelectual con protectores poderosos. El ceremonial de la corte ya aparece en uno de los cuentos en verso, La paciencia de Griselda y reaparece magníficamente en La bella durmiente cuando el narrador se detiene a describir el ejército de sirvientes. En Cenicienta lo retoma al narrar el modo en que la heroína llega al baile y al describir los pormenores del banquete ofrecido por el príncipe. Finalmente, en Riquete el del copete reaparecen las costumbres de la corte: las conversaciones intelectuales, los banquetes suntuosos.

Los ricos eran señores muy poderosos, no necesariamente nobles, la alta burguesía también detentaba mucho poder. Ejemplos de estos personajes son los ogros, tanto el de El gato con botas como el de Pulgarcito, y Barba Azul. La descripción de la casa de este último, con numerosas habitaciones lujosamente amuebladas, es típica de una mansión burguesa. Lo mismo puede decirse de la casa de los padres de Cenicienta, en la que abundan los grandes espejos, artículos excesivamente caros en esa época. El ogro de Pulgarcito también es un rico burgués que compra objetos de oro para sus hijas y ofrece banquetes a sus amigos. El ogro de El gato con botas, en cambio, es un noble ya que vive en un castillo y posee tierras de labranza. Todos estos señores son despóticos y tratan a sus subordinados con crueldad.

Dentro de la burguesía no hay homogeneidad.  Algunos de sus miembros no poseen tanto dinero. La forma de conseguirlo es distinta para cada sexo. Las mujeres ascienden socialmente por medio del casamiento, ejemplo de ello son Griselda, Cenicienta y la protagonista de Las hadas. En todos los casos, las jóvenes logran su objetivo gracias a su belleza y a su virtud. Los varones usan métodos diferentes.

Aquí aparece otro rasgo de la sociedad del Antiguo Régimen: el derecho de la primogenitura. Para  evitar la dispersión de sus posesiones, los nobles, los burgueses, e incluso los campesinos, dejaban toda su herencia al hijo mayor. Los hermanos menores debían entonces “salir  a los caminos” y encontrar sus propios medios para hacer fortuna. A veces los métodos utilizados no eran muy éticos, así el Gato con botas  consigue enriquecer y ennoblecer a su amo robando las posesiones de un rico señor. En Pulgarcito, además del engaño y el robo, aparece otra forma de enriquecerse muy común en esa época: la compra de cargos oficiales.

Las “personas de calidad” se reconocen también por su vestimenta. En Cenicienta hay una descripción detallada de los vestidos y adornos que usan las damas. Tanto Cenicienta como el hijo del molinero de El gato con botas, comienzan su ascensión social con el cambio de ropas. Al cambiar de vestimenta ella se transforma en una princesa y él en un marqués. Sin embargo, no habrían logrado mucho sin ayuda externa: el hada madrina y el Gato con botas. En estos rasgos se adivina la costumbre del mecenazgo de los poderosos hacia los artistas e intelectuales. Recordemos que Perrault  pudo desarrollar su exitosa carrera académica gracias a la protección del ministro Colbert.

Si seguimos descendiendo en la pirámide social nos encontramos con Caperucita, una pequeña burguesa habitante de una aldea. No es rica, pero tampoco pasa hambre. El molinero que muere al comienzo de El gato con botas comparte este mismo estrato social; no es una persona adinerada, pero tiene su propio negocio (el molino) y las herramientas necesarias para hacerlo producir (el burro). Sus hijos mayores seguirán con el negocio mientras que el menor deberá buscar su propia fortuna. La familia de Las hadas entraría también en este nivel. Son personas que no pasan hambre, pero que no pueden darse el lujo de contratar sirvientes. Además, no los necesitan ya que tienen mano de obra gratis.

En este punto debemos volver al tema del descubrimiento de la infancia. Cuando Perrault habla de literatura infantil y postula que los niños pueden ser educados a través de ella, está pensando en los niños de su propia clase social. Los hijos de la gente humilde ayudaban en los trabajos de la casa y del campo desde pequeños y su educación se reducía a saber hacer bien las tareas que les habían encomendado. A menudo sufrían maltratos ya que, como vimos,  los matrimonios no acababan por divorcio sino por muerte y había gran cantidad de huérfanos criados por personas sin vínculos sanguíneos. Los niños eran a menudo abusados y maltratados ya fuera por su verdadera madre, como en Las hadas, o por la madrastra, como en Cenicienta. No sólo estaban expuestos a situaciones peligrosas fuera de su casa, como Caperucita ante el lobo, sino también en el ámbito hogareño. La clase alta no era ajena a esto, como queda demostrado en Piel de Asno, en donde el padre de la muchacha se siente atraído sexualmente hacia ella.

Obviamente los más desfavorecidos eran los niños campesinos. En Pulgarcito la familia sufre grandes privaciones porque hay siete niños demasiado pequeños para trabajar. En épocas de hambruna, la única solución posible era deshacerse de esas pequeñas personas improductivas. Pulgarcito y sus hermanos no son abandonados en el bosque a causa del odio de una madrastra, sino que son sus verdaderos padres quienes deciden hacerlo. Durante los siglos XVII y XVIII, muchos niños eran “expuestos”, es decir, abandonados, porque sus padres no podían criarlos.

            Los cuentos populares toman como protagonistas a representantes de esta infancia desprotegida (la hijastra, el hijo menor, el más débil físicamente, el más pobre) y les otorgan a estos anti-héroes una revancha que, desgraciadamente, era poco usual en la vida real.

            Perrault no sólo retrató su propia clase social, al tomar los relatos orales como base de sus creaciones literarias, dejó también  constancia del sufrimiento de las clases menos favorecidas.

Después de la muerte de Perrault, cuando los cuentos de hadas fueron abandonados por la clase alta, la Biblioteca Azul recogió las versiones de este escritor y las adaptó a la competencia lingüística de sus lectores. Una de esas adaptaciones consistió en eliminar las descripciones, con lo cual desaparecieron muchos de los rasgos históricos que mencionamos antes. Los campesinos los volvieron a escuchar en sus versiones literarias apropiándose de ellos y transformándolos nuevamente en literatura oral. Así perduraron hasta el día de hoy versiones escritas y orales derivadas de Perrault.

            Las orales pasaron de Francia al resto de Europa, y de Europa a América. Los principales propagadores fueron los protestantes que huyeron o fueron expulsados de Francia durante la contrarreforma católica. La colonización de América los llevó a lugares tan alejados como Canadá o la isla Guadalupe.

            Las versiones literarias fueron pronto traducidas al inglés y después a otros idiomas. Desde un principio fueron consideradas como literatura infantil y, por esa misma razón, a lo largo de los siglos sufrieron adaptaciones que apuntaban, en general, a censurar los rasgos que parecían perjudiciales para el concepto de niñez que se tenía en cada época.

            En el siglo XIX, los hermanos Grimm mostraron en sus cuentos los modelos femeninos y masculinos que se ajustaban a la concepción del mundo de su época: mujeres sumisas, pasivas y obedientes que necesitaban de la fuerza y la inteligencia de un hombre para salvarse. Las ironías e impropiedades del cortesano francés de fines del siglo XVII fueron dejadas a un lado. Prueba de ello es que tuvo más éxito la Caperucita de los Grimm que la de Perrault.

Aunque nunca dejaron de leerse, a principios del siglo XX los cuentos maravillosos eran  constituidos como un desborde de fantasía que no ayudaba a la educación de los niños. Salvo raras excepciones, los pedagogos los descartaban por considerarlos crueles o los transformaban en cuentos carentes de situaciones violentas en los cuales los personajes eran un modelo de bondad. Más tarde,  Bruno Bettelheim  demostró que los viejos cuentos de hadas eran útiles para el desarrollo psicológico infantil. A propósito de su obra, María Adelia Díaz Ronner escribe:

“...creo que el estudio desde el psiconanálisis  frena un tanto a los descontrolados detractores de los cuentos maravillosos de origen popular. Sirva esta ocasión también para comentar que el analista Bettelheim se basó para su investigación en los textos originales, sin las adulteraciones que allanan artificiosamente las asperezas de la vida, y éste es un dato fundamental para contraponer a quienes ofrecen nada más que ficciones “felices” a los chicos.” (Díaz Ronner, 1991:32-33) .

            Con el auge de la literatura infantil a partir de la segunda mitad del siglo XX, surgieron  gran cantidad de autores que abordaron otros temas y géneros alejados de lo maravilloso. Sin embargo, los cuentos de hadas siempre siguieron estando, censurados, adaptados o parodiados,  nunca dejaron de leerse.

            El avance de lo “políticamente correcto” se filtró en la literatura infantil, surgieron entonces versiones edulcoradas que hasta llegaron al extremo de formar parejas de amigos como Caperucita y el lobo. Con el rebrote de la enseñanza moral llamada ahora “educación en valores”[1], se realizaron interpretaciones paranoicas, como la que vimos de El Gato con botas.

            Afortunadamente, desde la década de los 80 del siglo pasado, hay un movimiento editorial tendiente a transformar los cuentos tradicionales en libros-álbum. Ilustrados por grandes artistas como Sarah Moon o Roberto Innocenti, les agregan nuevos sentidos sin cambiar el texto de las primeras versiones literarias, ya sean de Perrault o de los Grimm.

            En nuestro país, la obra que hizo Graciela Montes al traducir sin adaptaciones los cuentos de Perrault es muy meritoria.  Sin embargo, debido a su pequeño tamaño y a la falta de color en las ilustraciones, son versiones  más leídas por los adultos, docentes e investigadores, que por los chicos. En cambio, las ediciones españolas que son álbumes de gran formato e ilustrados a todo color, constituyen libros seductores para niños y adultos.

Lo importante es que, en nuestros días, junto a todo tipo de versiones censuradas por distintos motivos, también se publican versiones fieles a los originales de Perrault. Estas versiones, lejos de asustar o perturbar a los niños, les provocan verdadero placer ya que son obras literarias de calidad. Si sumamos a esto su valor como documentos históricos, tenemos dos razones valederas para seguir leyendo los cuentos tal como los escribió su autor.

Para terminar, leamos, una vez más, a Marc Soriano:

            “Obra maestra clásica por su elaboración formal y por su orientación racionalista, obra maestra barroca por sus temas maravillosos y por el rol fundamental que juegan en su elaboración las fuerzas mal contenidas del inconsciente del artista, los “Cuentos” son también una obra maestra moderna a causa de su dimensión histórica. Jefe de las filas de los “modernos”, Perrault se mostró moderno al elaborar estos relatos del “tiempo pasado” en el espíritu exacto que podía mantener su gracia hasta nosotros y sin duda por mucho más tiempo todavía” (op. cit.: 478).

 




[1] “La educación en valores” es un contenido del currículo escolar. Los docentes buscan literatura infantil que enseñe valores. Numerosas editoriales publican catálogos en los que se destacan qué valores pueden encontrarse en las obras literarias para el público infantil.

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