Los cuentos en verso
La paciencia de Griselda (La
marquise de Saluces ou La Patience de Grisélidis)
El
título de este cuento en su primera publicación es La Marquesa de Saluces o La
paciencia de Griselda (La Marquise de Saluces ou La Patience de
Grisélidis). Es un cuento que figura en el Decamerón y que, según Petrarca, Bocaccio tomó de la
tradición oral. Sin duda, Perrault lo conocía. Sin embargo, su fuente directa
no es Bocaccio, sino un librito de la Biblioteca Azul, como él mismo lo
atestigua en la “Carta a Monsieur” que acompaña el cuento. Esta vieja
literatura de cordel que le sirvió de fuente se conserva, su primera edición es
de 1546 y fue reeditado muchas veces en diferentes lugares (Orléans, Troyes,
Montbéliard) por constituir uno de los clásicos de la Biblioteca Azul (Soriano,
op. cit.: 99-100).
Los
cambios que realizó Perrault consisten principalmente en “ampliaciones”:
descripción poética del paisaje, en el estilo de las novelas pastoriles,
descripción psicológica del carácter del príncipe, descripción irónica de las
damas de la corte. Otros cambios tienen que ver con el decoro. Por ejemplo,
tanto en el librito de cordel como en Bocaccio, el príncipe, cuando repudia a
su esposa, pretende enviarla a su casa desnuda, porque no aportó dote alguna, y
ella le suplica que le deje llevar una camisa porque aportó su virginidad y ya
no la tiene. En Perrault, en cambio, el príncipe le dice que se ponga sus ropas
de pastora. Soriano (op. cit.: 105) se pregunta si este cambio se debe a que el
autor dedica su libro a los niños o al temor de herir la sensibilidad de las
damas de la corte. Como en las primeras publicaciones de este cuento, antes de
que formara parte de Historias del tiempo pasado, no se
dice que estuviera dedicado a la infancia, la segunda hipótesis cobra más
fuerza.
El
cuento también es un ejemplo de la “cristianización” de los motivos realizada
por Perrault. En el libro de la
Biblioteca Azul, Griselda sufre la crueldad de su esposo sin quejarse por la
sumisión que una esposa debe a su marido, aumentada por la distancia social que
los separa. En cambio, Perrault insiste en la piedad de Griselda, ella acepta
la separación de su hija porque piensa
que Dios la está poniendo a prueba. El mismo autor lo explica en su “Carta a
Monsieur”: para hacer creíble la paciencia de Griselda ante el maltrato de su
marido, ella debía creer que todo era obra de Dios. Perrault dice exactamente: Sin
eso, se la tomaría por la más estúpida de las mujeres, lo que no haría
seguramente buen efecto (pp.93).
En otras versiones el marido la separa de dos
criaturas, una niña y un niño. Perrault suprimió el episodio del niño y agregó
detalles emotivos. Por ejemplo, cuando Griselda ve a su hija adolescente que,
se supone, va a ser la nueva esposa de su marido, siente algo extraño en su
corazón y enseguida piensa en su hija, a la que cree muerta.
El mismo Perrault ironiza sobre el
comportamiento de su heroína en la dedicatoria a Mademoiselle:
No es que la Paciencia
no sea una virtud de las damas
de París.
Pero por un largo uso ellas
tienen la ciencia
de hacerla ejercer por sus
propios maridos (pp. 58).
El principal aporte de
Perrault fue llevar este viejo cuento a su realidad contemporánea. Como ya
dijimos, la descripción de las damas de la corte del príncipe, es muy irónica y
recuerda a Los
caracteres de La Bruyére, que también habla de los distintos tipos de mujeres. El
retrato del príncipe sigue el modelo de Luis XIV al igual que la descripción de
la fiesta de bodas remeda las fiestas del palacio de Versalles, hasta en el
detalle de la etiqueta de la corte. La manera en que describe el cortejo
nupcial es muy similar a los comentarios de los eventos reales hechos por los
periódicos de la época (Collinet, op. cit.: 304).
Perrault tomó un cuento
popular y lo reelaboró en verso, en un estilo precioso y cortesano. Esta
primera tentativa está aún muy lejos de los cuentos en prosa. Por esa razón, no
se produjo con este cuento el proceso inverso, es decir, su transformación en
una nueva versión oral.
En muchas ediciones de los
siglos posteriores este cuento no aparece y, a veces, es reemplazado por otro, La sagaz princesa o Las
aventuras de Picarrilla que no pertenece a Perrault sino a Mme d’Aulnoy. Esto sucede, por
ejemplo, en una edición en castellano de Sopena, de la colección “Biblioteca
para niños”, hecha en Barcelona y
traducida por Pedro Pedraza y Páez, de principios del siglo XX. En esta recopilación
tampoco figuran Los
deseos ridículos.
Hay una edición de Hachette,
en la Colección Juvenil, que trae una excelente traducción, fiel al original.
La edición está hecha en Buenos Aires, en 1952 y no figura el nombre del
traductor. Aquí el cuento lleva por título Griselidis. En esta recopilación
también figura La
sagaz princesa o Las aventuras de Picarilla y falta Los deseos ridículos.
La mayoría de las ediciones
posteriores en castellano ignoran a la pobre Griselda. Así, por ejemplo, Graciela
Montes excluye únicamente este cuento.
Piel de Asno (Peau
d’Áne)
Grabado de
Gustave Doré para la edición de Hetzel, de 1862
Piel
de Asno
tuvo mejor suerte que Griselda, casi siempre aparece junto
a los cuentos en prosa y sin la compañía de sus compañeros en verso.
Este viejo cuento tiene tres motivos ampliamente tratados
en la literatura: el de la heroína que huye para evitar un matrimonio
incestuoso, el del disfraz con la piel de un animal y el del reconocimiento por
un anillo. Además es un verdadero cuento maravilloso, a diferencia de Griselda cuyo único elemento
maravilloso es la sorprendente paciencia de su protagonista.
El primer tema está tratado en una vieja canción de
gesta, La Bella
Helena de Constantinopla, publicada por varios editores de la Biblioteca Azul. También aparece en
La Historia de
Thibaud, príncipe de Salerno, la cuarta historia de la primera noche de Las noches graciosas, de Straparole. En el
cuento La osa, del Pentamerone, de Giambattista Basile, una muchacha se metamorfosea
en osa gracias a una varita mágica; y en la novela francesa anónima Antiguas Crónicas de
Perceforest, una princesa viste la piel de una oveja y, al final, se hace reconocer
por un anillo. El motivo del asno mágico aparece en el primer cuento del Pentamerone, La fábula del
Orco
(Soriano, op. cit.: 113-115).
El cuento Piel
de Asno
es otro de los clásicos de la Biblioteca Azul; tan grande fue su popularidad que existía en
francés la expresión “cuentos de piel de asno”, equivalente a “cuentos de
viejas” o “cuentos de Mamá Oca”, para referirse a los relatos narrados por los
campesinos, especialmente los maravillosos.
Soriano (op. cit.:
113-115) cree que Perrault conocía el cuento de Basile, pero que se valió de él
libremente, sacando algunos elementos y agregando otros, siendo fiel a las
versiones orales francesas. El crítico que prologa la versión de la
recopilación de Moetjens deplora que Perrault haya contado su historia de una
manera completamente oscura y confusa como su niñera se la
había contado a él mismo hacía tiempo.
En este cuento, Perrault no
se preocupa por racionalizar los sucesos maravillosos sino que los relata tal
cual lo hacían las narradoras populares.
Seguramente el
éxito de Piel de
Asno
se deba precisamente a esa operación puesto que constituye el cuento de Perrault que tiene más elementos
de maravilla: el asno encantado, el hada madrina, los tres vestidos del color
del tiempo, de la luna y del sol, respectivamente, el cofre que viaja bajo la
tierra, la varita mágica, el anillo encantado que sólo le queda bien a la
heroína. Luego, en los cuentos en prosa, Perrault va a disminuir el elemento
maravilloso. Al final de
Piel de Asno busca justificar esta desmesura mágica:
El
cuento de Piel de Asno es difícil de creer
pero
mientras en el mundo haya niños,
madres
y abuelas
se
conservará en la memoria (pp. 31).
Lo justifica, precisamente,
diciendo que se trata de literatura infantil.
Hay todo un esfuerzo por parte del autor para que este
cuento llegue a los niños. Por ejemplo, el comienzo Había una vez un rey (pp. 5) y ciertas repeticiones Ella fue
entonces bien lejos, bien lejos, y todavía más lejos (pp.
15).
Pero no fue suficiente para transformarlo en un cuento infantil.
En 1776 apareció, bajo el nombre de Perrault, una versión
apócrifa en prosa que sustituyó, de ahí en adelante, a la versión en verso.
Esto, según Soriano (op. cit.:124), ayudó a su preservación porque lo despojó
de los artificios del lenguaje culto y de las alusiones literarias que lo
hacían incomprensible para los niños.
En los siglos siguientes, casi todas las recopilaciones
lo incluyeron aunque, como ya dijimos, se basaron en la versión en prosa
apócrifa.
Es interesante que Perrault, que dice dedicar su obra a
los niños, no se sintiera incómodo por el tema del incesto. Ya en Griselda hay un preanuncio de Piel de Asno cuando el príncipe finge
que se va a casar con su hija. Veamos cómo trata el tema:
Con
los ojos bañados en lágrimas, el príncipe juró entonces todo lo que la reina
quiso. Ésta murió en sus brazos y no hubo marido que hiciera tanto escándalo.
Oyéndolo
llorar noche y día se podía sospechar que su duelo no duraría mucho y que
lloraba sus amores difuntos como si estuviera apurado y quisiera terminar con
el asunto.
Y
así era. Al cabo de algunos meses se puso a buscar nueva esposa; pero no
resultaba fácil pues debía respetar su juramento y, en consecuencia, la nueva
esposa debía tener más atractivos y encantos que la que acababa de depositar en
la tumba.
Sin
embargo, ni la corte, fértil en beldades, ni el campo ni la ciudad ni los
reinos cercanos donde se buscó pudieron proporcionarla. Sólo la infanta era más
bella y poseía ciertos tiernos atractivos que no tenía la difunta.
El
propio rey se dio cuenta de ello y, ardiendo de intenso amor, llegó a imaginar
que por eso debía desposarla. Incluso encontró un tratadista que juzgó que el
caso podía considerarse (pp. 8-9).
Piel
de Asno y la censura
En una versión de la editorial Sopena, de 1951, se ignora
completamente el tema del incesto y se dan otras razones por las cuales la
princesa decide rechazar a su padre:
La princesita lloró mucho al oír
las palabras de su padre; pero, como era buenísima y no deseaba contradecirle,
trató de encontrar el medio de sacarse de encima ese compromiso y fue a ver a
su madrina, el Hada de las Lilas, a quien le contó lo que le sucedía.
- Que tú, siendo tan
joven- le dijo el Hada – tengas que convertirte en reina, es un trabajo muy
grande para tu edad (pp. 4).
Ahora veamos la versión de Hachette, de 1952, mencionada más arriba:
Sea
como fuere, lo cierto es que murió y que nunca marido alguno dio tan
estrepitosa muestras de sentimientos como su esposo, cuya sola ocupación en los
primeros meses de su viudez no fue otra que gemir y llorar noche y día.
Afortunadamente,
los grandes dolores no son eternos. Pronto los altos dignatarios del Estado se
reunieron en corporación y fueron a pedir al rey, en nombre de la salud de los
pueblos, que volviera a casarse. Al oír esta proposición, el rey derramó nuevas
lágrimas, y a fin de eludir la cuestión expuso a sus consejeros el juramento
que había hecho a la reina y los desafió a que encontrasen una mujer más bella
y mejor formada que la difunta esposa.
El grave consejo de altos dignatarios calificó
de fruslería semejante promesa, y dijo al rey que poco importaba la hermosura
con tal de que una reina fuese fecunda y virtuosa; que el país necesitaba
príncipes herederos para su tranquilidad y reposo; que aunque era cierto que la
infanta había manifestado siempre las cualidades que eran necesarias para ser una
gran reina, al fin habría de casarse con un extranjero, y que su esposo, o la
llevaría consigo a su reino o vendría a establecerse en el de su mujer, en cuyo
caso los hijos que nacieran no serían considerados por el pueblo como de la
misma sangre, y, por último, no habiendo más príncipe de su nombre, los países
vecinos podrían suscitar guerras alegando pretendidos derechos a la corona.
Estas consideraciones hicieron mella en el ánimo del rey, el cual despidió a
sus consejeros prometiéndoles que trataría de darles gusto.
Y
así fue, pues desde entonces se dedicó a buscar entre las princesas casaderas
una que pudiese convenirle. Diariamente le traían retratos de mujeres a cual
más hermosa, pero ninguna le parecía tanto como la difunta reina y aplazaba la
elección. Por desgracia el rey echó de ver que la infanta su hija era, no sólo
bellísima y bien formada, sino que, a mayor abundamiento, poseía más gracia y
donosura en el decir que la reina su madre. Y tentado por el diablo al ver su
juventud y la agradable frescura de su cutis, concibió por ella tan violenta
pasión que, no pudiendo ocultársela, le dijo un día que había resuelto
desposarla, puesto que sólo ella podía relevarlo de su juramento (pp.95-97).
En esta versión, en vez de la cómica ironía de Perrault,
se nos pinta a un rey que sufre verdaderamente por su esposa muerta. Él no
decide volver a casarse, sus consejeros se lo imponen como un deber para con
sus súbditos. Y, cuando al fin se enamora de su hija, lo hace “tentado por el
diablo”. El narrador no cambia la historia, pero trata de justificar el
comportamiento del rey.
Por último, veamos la versión de “El Musicuento N°9”, de
la Editorial Viscontea de 1980. El adaptador es Silverio Pisu.
Pero
la solución no se encuentra y después de unos días, la reina muere. El rey se
desespera muchísimo. Se encierra en una habitación y no quiere ver a nadie.
Rechaza todos los alimentos y no hace otra cosa que suspirar. Ha pasado ya
mucho tiempo. Por fin el rey resuelve buscar otra reina para su pueblo. La elección
recae sobre una hermana de su difunta esposa, una muchacha joven y hermosa.
Rey-¡Sí,
sí, sí! Esa jovencita me recuerda a mi anterior mujer. ¡Quiero que sea ella!
La
pobre muchacha no quiere casarse con el rey que es mucho más viejo que ella (pp. 4).
En esta versión no existe el juramento a la esposa
moribunda. Tampoco el incesto. El drama de Piel de Asno se reduce a que ella es
joven y no quiere casarse con un viejo. En nombre de la moral o de lo
políticamente correcto, se despoja al cuento de su dramatismo: la protagonista
deja de ser una joven centrada con claros valores morales y pasa a ser
una belleza frívola.
Con o sin censura, la magia de este
cuento, como en Cenicienta, reside en el doble juego de la muchacha pobre y
harapienta que, gracias a sus buenas cualidades, se transforma en la más
hermosa de las princesas.
Piel
de Asno en el siglo XXI
En el año 2004, la editorial Zendrera Zariquiey, de
Barcelona, publicó un libro a gran formato y bellamente ilustrado por Anne
Romby. Como todas las ediciones españolas, es una traducción de un original
francés (Éditions Milan). La traductora es Malva Calzado y la adaptadora Anne
Jonas.
El texto está aparentemente basado en
la versión en prosa del siglo XVIII ya que hay algunos detalles que no aparecen
en el original en verso. Por ejemplo, el nombre del hada: Lila. Es una versión
completa que no disimula el tema del incesto sino que lo enfatiza a través de
las ilustraciones. El terror de la protagonista está puesto de relieve
especialmente en el tratamiento dado a las sombras de los personajes y en la
presencia casi obsesiva de unas gárgolas que aparecen en casi todas las
ilustraciones.
A veces la ilustradora toma una frase del texto y la
ilustra de manera creativa. Por ejemplo, donde el texto dice el príncipe arrastraba su pena día y noche (pp.42), la ilustración muestra la sombra
del príncipe con la forma de la sombra de su amada, o, en la escena de la muerte de la reina, el
texto dice a veces la felicidad se rompe de
modo repentino (pp.7) y en la parte superior de la escena aparece una ventanita con
el vidrio roto y la luna menguante. La página siguiente comienza por la frase al límite de sus fuerzas (pp.8), escrita en la parte superior del arco que sostienen dos
atlantes que parecen agobiados por el peso. Cuando se describe al tercer
vestido que brillaba más que el sol en lo
más alto del día(pp,23), la imagen lo muestra desplegado por los costureros, redondo
como el sol y con hilos que semejan sus rayos.
Se podría decir mucho más de este hermoso libro que
es, sin lugar a dudas, un verdadero libro-álbum.
Imágenes
de la edición de Zendrera-Zariquey ilustrada por Anne Romby (2004)
Los deseos ridículos (Les Sohuaits ridicules)
En Los deseos ridículos se mezclan dos tipos de cuentos: los que
siguen la línea de Los
tres deseos o sea que los deseos no llegan
a buen término porque el que debe pedirlos comete un error; y los que siguen la
línea de El
pescador y su esposa, en los que la culpa de que todo salga mal la tiene la mujer.
Soriano (op. cit.: 107-108) cree que Perrault se sirvió
de algunas fábulas, entre ellas
Los deseos de La Fontaine, de ciertos fabliaux que tratan el tema y de las
versiones orales. En la dedicatoria se disculpa por si asunto tan vulgar
pudiera ofender a alguien, pero defiende su elección en nombre de una enseñanza
moral.
Robert Darnton
(op. cit.: 40) considera que en todos los cuentos populares franceses que
involucran deseos, siempre los protagonistas piden algún tipo de comida y que
casi siempre es carne. Las
extravagancias se reducen a pedir muchísima comida o una servilleta. Lo
justifica explicando que los campesinos pasaban hambre y que podían comer carne
en pocas ocasiones.
Perrault pone en boca de sus personajes palabras y
modismos del lenguaje popular que no
encajan bien con las alusiones mitológicas del comienzo. Se infiere al respecto
que no es algo auténticamente popular sino un narrador culto imitando a uno del
pueblo, no con mucho éxito.
De todas formas, el cuento tiene su gracia. En la colección
del Centro Editor de América Latina, de mediados de los sesenta, “Los cuentos
de Polidoro”, se lo incluye en la serie de los cuentos de Perrault, dejando de
lado otros más conocidos. La adaptadora es Beatriz Ferro que reescribe una
versión bastante ampliada (por ejemplo, lo que se imagina la pareja de
leñadores antes de pronunciar su deseo en voz alta), pero fiel al sentido del
original y narrada con mucha comicidad. La versión de Graciela Montes es una
traducción cuidada de la de Perrault.
Los cuentos en verso hoy
Respecto de la presencia de los tres cuentos en verso en
antologías contemporáneas, podemos decir que es muy raro encontrar a La paciencia de Griselda, que Los deseos ridículos aparece un poco más y que Piel
de Asno,
en cambio, está en casi todos. Incluso, el único que podemos encontrar como
cuento independiente, es precisamente este último. Probablemente porque, como
lo hace notar Soriano (op. cit.: 124), ya fue prosificado en el siglo XVIII, o
tal vez porque su argumento se vincula más con los de los cuentos en prosa que
con los de los otros dos versificados.
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