Pulgarcito (Le Petit Poucet)
Grabado de Antoine Clouzier para la primera edición de
1697
Dos motivos convergentes
Pulgarcito es el último
de los cuentos de Historias o Cuentos del tiempo pasado. También es el más
interesante desde el punto de vista social ya que constituye un documento
histórico (Darnton op. cit.:19).
Perrault mezcló dos
motivos presentes en los cuentos tradicionales: el del héroe sumamente pequeño
y el de los niños abandonados en el bosque. El primer motivo es típico y masivo
en la literatura popular de Francia y el resto de Europa. El nombre del héroe
puede tener relación con el dedo pulgar, como en este caso, o con los granos de
las plantas (Grano de Mijo, Grano de Pimienta, Media Arveja). En la mayoría
de estos cuentos se destaca la pequeñez
del protagonista. Casi siempre es un hijo único muy deseado y
amado por sus padres que, como no pueden tener hijos, desean uno "aunque
sea muy pequeño". Por ejemplo, Pulgarcita, de Andersen y Pulgarcito, de los hermanos Grimm. El de Perrault, es el
último hijo de unos padres que consideran a su prole un estorbo, especialmente
al más pequeño y, por consiguiente, inútil para ayudar en la economía
familiar. A pesar de su título, Le Petit Poucet, que
insiste en el rasgo de la pequeñez[1], en
el desarrollo del cuento, no se le asigna demasiada importancia al tamaño del protagonista, pues
éste no vence al ogro con el recurso
físico, sino por su astucia y su inteligencia.
El motivo de los niños
abandonados en el bosque también es recurrente en los cuentos populares. Las
causas del abandono paterno van desde la miseria extrema al odio de una
madrastra. Uno de los primeros escritores en abordar este tema fue Basile en su
cuento Nennillo y Nennella (Pentamerone, cuento 8 de la jornada
5). Más tarde, los hermanos Grimm lo popularizaron en Hansel y Gretel. En estos dos casos
se trata de una pareja de nena y varón.
En el cuento
que nos ocupa los niños abandonados por sus padres son siete hermanos, tres
pares de mellizos y Pulgarcito, y el motivo es la pobreza extrema. Como no
pueden alimentarlos, los padres prefieren abandonarlos en el bosque para que se
los coman los lobos antes que verlos morirse de hambre.
Al igual que Hansel y
Gretel, son abandonados dos veces. La primera vez, Pulgarcito arroja piedritas
y pueden regresar gracias a ellas. La segunda vez, como no puede salir de la
casa, arroja miguitas del mendrugo de pan que su madre le había dado como
almuerzo, y, obviamente, los pájaros se las comen y los niños no encuentran el
camino de regreso.
El fondo histórico
En el
siglo de Luis XIV, la época en que vivió Perrault, las diferencias sociales
eran muy grandes. La clase más desfavorecida era la de los campesinos. Bastaba
una mala cosecha, o la muerte de una
vaca, para que la economía familiar se derrumbara. Entonces recurrían a
préstamos otorgados por un señor noble, un rico burgués o un alto eclesiástico.
Como la mayoría de las veces no podían devolver el dinero prestado, perdían sus
tierras. Las familias campesinas eran numerosas y los hijos constituían una
mano de obra gratuita. Claro que había que alimentarlos y eso a menudo se tornaba
difícil. Durante las grandes hambrunas del siglo XVII, la gente pobre comía pan
de afrecho, ortigas cocidas y entrañas de animales que recogían en los
mataderos. El pan blanco y la carne fresca eran lujos inalcanzables. La última
hambruna del siglo XVII tuvo lugar en los años 1693 y 1694, un poco antes de
que Perrault escribiera sus cuentos
(Carpentier-Lebrun, 1987:157-165).
La
familia de Pulgarcito está formada por los padres, que son leñadores, y siete
niños: los mayores tienen diez años y el menor siete. Son muy pequeños para
ayudar con el trabajo. Cuando llega la mala época, sus padres no pueden
alimentarlos. La idea de abandonarlos en el bosque es del padre. La madre, al
principio, se resiste, pero finalmente acepta. Una situación así no era rara en
esa época. Cuando el hambre atacaba, los niños eran vistos como una carga si no
podían ayudar en la economía familiar y, con frecuencia, eran abandonados por
sus padres. Leamos otra vez a Darnton (op. cit.):
“Perrault escribió
su cuento (Pulgarcito) a mediados de la década de
1690, en el clímax de la peor crisis demográfica del siglo XVII, una época en
que las epidemias y el hambre diezmaron la población del norte de Francia,
cuando los pobres comían los desperdicios que tiraban a la calle los curtidores;
se encontraban cadáveres con hierba entre los dientes y las madres “exponían” a
sus bebés que no podían alimentar para que enfermaran y murieran. Al abandonar
a sus hijos en el bosque, los padres de Pulgarcito trataban de resolver el
problema que muchas veces abrumaba a los campesinos en los siglos XVII y XVIII:
la sobrevivencia en una época de desastre demográfico” (pp. 37-38).
La mirada del rico burgués
Después de que los
padres de Pulgarcito abandonan a sus hijos, reciben un dinero que les debía el
señor. El leñador manda a su mujer a comprar carne y ella compra tres veces más de la que
hacía falta para una cena para dos personas (pp.10). Comen hasta
hartarse, pero les sobra comida. Entonces la leñadora se acuerda de sus hijitos
y comienza a llorar y a hacerle reproches a su esposo, que se enoja e intenta
golpearla. Pero los chicos ya están de vuelta, escuchando detrás de la puerta,
sin atreverse a entrar. El llanto de su madre los anima y entran; entonces la
madre abraza a Pedrito, el mayor, que es su preferido porque se parece a ella.
Luego el narrador nos dice que la felicidad duró mientras duró el dinero.
Cuando los malos tiempos retornan, los padres no dudan en volver a abandonar a
sus hijos y esta vez, para asegurarse de que no podrán regresar, los llevan a
un lugar mucho más profundo del bosque.
Perrault
no tiene piedad hacia los padres de Pulgarcito. Nos los pinta como egoístas,
inmaduros, no previsores, irresponsables...
En la
visión del autor, los padres piensan en comer ellos antes de alimentar a sus
hijos; la madre prefiere al hijo que se
le parece; cuando tienen dinero, lo gastan en carne en vez de comprar alimentos
más baratos, y, además, compran de más en vez de guardar algo de dinero para
otra ocasión. Y, sobretodo, tienen más hijos de los que pueden mantener. La
ironía de Perrault es muy fuerte:
La
buena gente estaba encantada de volver a ver a sus hijos y la alegría duró
tanto como duraron los diez escudos. Pero cuando se acabó el dinero volvieron a
caer en la desesperación de antes y resolvieron perderlos nuevamente y, para no
fallar, llevarlos mucho más lejos que la primera vez (pp. 13).
El
discurso de Perrault resulta familiar a
los lectores pues se trata del burgués rico que juzga el comportamiento de los
pobres sin ponerse en su lugar. El peor pecado de los leñadores es tener siete
hijos y no ocuparse de ellos como deben ocuparse los padres responsables.
Perrault recogió este cuento de la tradición oral, pero no lo cuenta como lo
haría un narrador campesino. El autor no puede distanciarse de su entorno, de
su carácter de intelectual burgués, miembro de la Academia y protegido del
ministro Colbert que puede alimentar y educar a sus hijos sin ningún esfuerzo.
Observa y juzga el comportamiento de los campesinos desde su propio lugar
social sin intentar comprenderlos.
El Señor Ogro
El
personaje del ogro es también muy interesante desde el punto de vista social e
histórico. No es un hombre que viva fuera de la sociedad, un monstruo
solitario. Es un rico señor que tiene una buena casa, una esposa y siete hijas.
Su esposa piensa que es un buen marido y él discute con ella como lo hace
cualquier pareja. Es un buen anfitrión que piensa en ofrecer la mejor comida a
sus invitados. Tiernos niños, en este caso.
Darton
(op. cit.) lo explica así:
“A gran
diferencia de sus parientes alemanes, los ogros franceses representan el papel
de “le burgeois de la maison” (jefe de la casa) como si fueran terratenientes
ricos de la localidad. Tocan el violín, visitan a sus amigos, roncan tranquilamente
en la cama al lado de sus esposas ogresas; a pesar de su vulgaridad, no dejan
de ser buenos jefes de familia y no olvidan proveerlas de alimento” ( pp. 29).
No es
nada extraño que los señores feudales y los burgueses ricos, que hacían sufrir
a los campesinos y se aprovechaban de su trabajo, se transformaran en ogros, en
los cuentos populares. Los grandes señores no se comían a los hijos de los
campesinos, pero es una buena metáfora para decir que la gran mortandad
de niños entre las clases más humildes se debía en
gran parte a la falta de conciencia social de los poderosos.
El suspenso y el terror
Pulgarcito
no sólo es valioso por su contexto, además posee gran calidad
literaria. Veamos la descripción de la caminata de los niños en el bosque:
Entonces sí
que se preocuparon; cuanto más se internaban en el bosque, más se perdían.
Llegó la noche y se levantó un gran viento que les hizo sentir un miedo
espantoso. No creían oír de todos lados sino el
aullido de los lobos que se les acercaban para comerlos. Casi no se
atrevían a hablarse ni a dar vuelta la cabeza. Se desató luego una copiosa lluvia que los caló hasta los huesos; se
resbalaban a cada paso que daban, se caían en el barro y se levantaban todos
sucios, sin saber qué hacer con sus manos (pp.14-15).
Esta escena,
que aún hoy nos conmueve, debería resultar aún más terrorífica en una época y
en un lugar donde los bosques eran enormes y desconocidos y los lobos eran un
peligro constante.
Pulgarcito se trepa a
un árbol y descubre una luz a la distancia. Logran llegar a la casa, pero surge
un segundo conflicto: en ella habita un ogro. ¿Qué es preferible, ser devorado
por los lobos o por el ogro? Pulgarcito elige la segunda: preferimos que sea
el Señor el que nos coma (pp. 17).
Pulgarcito es
muy pequeño y el ogro, muy grande. Pero el rico señor no tiene la astucia del
pequeño campesino. Como el Gato con botas, Pulgarcito logra engañar a su
enemigo. No lo mata, pero hace que degüelle a sus propias hijas y le roba sus
riquezas. Primero, aprovecha su sueño para robarle las botas de las siete
leguas y luego le miente a la esposa del ogro para conseguir su dinero.
Pero antes, Pulgarcito
y sus hermanos viven momentos terribles:
primero el ogro los huele y los saca de su escondite, después afila su cuchillo
dispuesto a asesinarlos. La mujer lo convence de dejar la tarea para el día
siguiente y ese retardo será fatal para el ogro pues Pulgarcito cambia las
coronas que tienen las pequeñas ogresas por los bonetes de sus hermanos. En las
versiones orales, el cambio se realiza entre gorros blancos y gorros rojos.
Perrault optó por el rasgo más verosímil
ya que en la oscuridad de la noche no se distinguen los colores.
En
este cuento Perrault utiliza el humor negro al jugar con el doble sentido de
una palabra. A la mañana siguiente, el ogro le dice a su esposa:
- Vete
arriba a preparar a esos briboncitos de ayer (pp.
24).
El verbo que Graciela Montes
traduce por “preparar” en francés es “habiller”. Esta palabra tiene dos
acepciones: vestir, poner ropa, o, en el vocabulario culinario, preparar o
adobar la carne antes de cocinarla. En realidad la frase es intraducible. La
esposa del ogro se asombra de la bondad de su marido porque está pensando en la
primera acepción; en cambio él, que cree haber degollado a los niños, utiliza
el verbo con el segundo sentido.
El último momento de terror es
cuando el ogro se sienta sobre la roca de la cueva en la que están escondidos
los chicos. Pero se queda dormido y Pulgarcito vuelve a actuar: le roba las
botas de las siete leguas.
Las botas de las siete
leguas
Estas botas mágicas ya habían
aparecido brevemente en La bella durmiente. Inmediatamente
después de que la princesa se duerme, el rey manda a buscar al hada. Como está
en un reino lejano, el mensajero encargado de avisarle es un enano calzado con
las botas de las siete leguas. El texto tiene una aclaración entre paréntesis: eran
botas que recorrían siete leguas con cada paso (pp. 12). En Pulgarcito
también hay una explicación entre paréntesis acerca de las botas: las botas
de las siete leguas fatigan mucho a quien las usa (pp. 26). Más adelante, cuando Pulgarcito se las calza,
hay una última aclaración, ya sin
paréntesis: Las botas eran muy grandes y muy holgadas, pero como estaban
encantadas tenían el don de agrandarse o achicarse según las piernas del que
las calzaba, de modo que le quedaron tan justas al pie y a la pierna como si se
las hubiesen hecho de medida (pp. 27).
Las botas son exactamente el calzado
opuesto a las pantuflas de Cenicienta que sólo pueden ser calzadas por una
persona. En este caso la magia consiste es que les quedan bien a todo el mundo,
no importa si se es un gigante o un enano.
¿Por qué el Gato con botas no calza
las botas de las siete leguas? Tal vez porque no le habrían servido de mucho a
la hora de acechar a los conejos y a las otras presas. Sin embargo, le hubieran
venido bien para escaparse del ogro convertido en león y, posiblemente, con
ellas hubiera podido caminar sobre los tejados. La cuestión es que el autor
decidió darle unas botas comunes, posiblemente muy ordinarias ya que el hijo
del molinero era muy pobre. El Gato con botas no necesita magia, su
inteligencia es suficiente para vencer a un ogro que sí sabe hacer magia.
Pulgarcito necesita las botas mágicas.
Aunque también es inteligente, necesita esa ayuda para ganar dinero y lograr un
lugar en su propia familia.
El hijo menor llevado al extremo
Pulgarcito es el
menor de siete hermanos, de los cuales los seis mayores son tres parejas de
mellizos en tanto que él está solo. Además de ser el menor en edad, también es
mucho más pequeño físicamente. Al principio del cuento se nos dice:
Lo que les apenaba más aún era que el menor de todos era
muy frágil y no hablaba nada, y tomaban por estupidez lo que no era sino una
señal de la bondad de su alma. Era muy pequeñito: como cuando vino al mundo no
era más grande que el pulgar, lo llamaron Pulgarcito.
El pobre niño era el chivo emisario de la casa y siempre
se lo acusaba de todo. Sin embargo era el más sutil y el más avisado de todos
los hermanos y si bien hablaba poco escuchaba mucho (pp.5).
Por ser tímido lo creían tonto y lo maltrataban. ¿Cuál es
la revancha de Pulgarcito? Simplemente, mostrar lo que vale y hacerse querer
por su familia comprando cargos recién creados para su padre y sus hermanos.
El ascenso social
Perrault propone dos finales para su
cuento. Después de decir que Pulgarcito
lleva todas las riquezas del ogro a la casa de sus padres, añade lo siguiente y
hace un juego ingenioso que borra los límites entre la realidad y la ficción:
Hay mucha gente que no está de
acuerdo con esta última circunstancia y que pretende que Pulgarcito jamás le
robó al Ogro, y que si le quitó las botas de siete leguas fue porque le servían
para correr a los niños. Esa misma gente asegura saberlo de buena fuente, e
incluso por haber bebido y comido en casa del leñador (pp. 29).
Lo que asegura esa gente es que
Pulgarcito, aprovechando la velocidad que le daban las botas de las siete
leguas, se fue a la corte a trabajar de mensajero. En primer lugar, para el rey
llevando las órdenes monárquicas al campo de combate. En segundo lugar, para
las ricas damas que querían tener noticias de sus amantes, que le pagaban aún
mejor que el rey.
Había algunas mujeres que le entregaban cartas para
sus maridos, pero le pagaban tan mal y al final ganaba tan poca cosa que ni
siquiera se molestaba en contabilizar lo que sacaba por ese lado (pp. 30).
Después de habernos asustado con la aventura del ogro,
Perrault nos hace reír haciendo bromas a costa de las damas de la corte. Pero,
en medio de ese tono burlesco aparecen dos realidades de su época: el continuo
estado de guerra en el reinado de Luis XIV y la compra de cargos oficiales por
parte de los nuevos ricos.
Una sola moraleja
Nadie se aflige si tiene muchos hijos
todos hermosos, fuertes y fornidos,
de aspecto lozano;
pero si uno de ellos es débil y no habla
lo desprecian, lo burlan, lo avasallan
y sin embargo a veces el chiquillo
es el que hace la dicha de toda la familia (pp. 31).
Nada de ironía, pero tampoco ninguna advertencia para los
niños. Simplemente deja constancia de algo que ocurre normalmente. ¿Se sentía
Perrault un Pulgarcito? Era el menor de siete hermanos, dos de los cuales
murieron en la infancia. Uno de los muertos era su hermano mellizo.
¿Aflora en este cuento una
angustia personal o es una crítica general a los padres que no tratan a todos
sus hijos por igual? ¿O es acaso la crítica a una sociedad injusta? ¿El rico
burgués termina su libro identificándose con los campesinos?
Pulgarcito hoy
Este cuento ha sufrido la censura en varios episodios. En
muchas versiones, no se incluyen las siete hijas del ogro, por ejemplo en la de
Sopena, de 1941. En otras, aparecen, pero el padre no las mata sino que se
limita a darles una paliza. Los padres no abandonan a sus hijos, los niños se
pierden por su propia cuenta. Es interesante un rasgo de muchas versiones
modernas: el rey busca al ogro y lo mete en la cárcel o, como en la de Sopena,
es muerto por unos bandoleros. Probablemente los adaptadores no pueden soportar
que Perrault haya dejado al personaje malvado sin castigo.
Veamos una versión de 1974 hecha por ACME para su
colección Tesoro de cuentos clásicos. El título lleva el epígrafe:
“Nuevamente narrado por Nicole Vallé y Nenúfar Orge.” Los rasgos que se cambian
son los siguientes: los niños no son abandonados, va toda la familia al bosque
a buscar comida y los chicos se pierden; la segunda vez también se pierden
porque se alejan confiando en las piedritas del menor; la mujer que los recibe
no es la esposa del ogro sino su empleada doméstica; el ogro tampoco es un ogro
sino un gigante llamado Barrabás; las siete hijas existen, pero no son malas,
sólo se enojan porque los niños se comieron su cena; existe el cambio de las
coronas por los sombreros, pero el padre sólo golpea a las niñas; cuando
Pulgarcito se calza las botas, corre a la corte para contarle al rey las maldades
del gigante y pedirle que intervenga; el rey manda a sus soldados que encadenan
al gigante y lo llevan a la cárcel; el leñador y su mujer quedan encargados del
gran bosque del palacio y el rey les hace construir una hermosa cabaña donde
viven felices con sus hijos.
Esta versión censura mucho más que los rasgos de
crueldad. No existe el abandono, no existe el robo, el crimen no queda sin
castigo y, lo más llamativo, no existe el ascenso social de Pulgarcito y su
familia. Pulgarcito es nombrado “mensajero real”, pero no se dice nada acerca
de que se haya vuelto millonario. Sus hermanos son bien recibidos en la corte,
pero terminan viviendo en una cabaña, con sus padres, sin pasar más
privaciones porque ya no son los hijos del leñador sino los hijos del guardabosques
del rey.
Otra versión aparecida con pocos años de diferencia, en
1979, adaptada por Claude Volier, sigue, en cambio, bastante de cerca el texto
de Perrault. La edición de ese año es la hecha por Hachette en francés. La
traducción, realizada por Carlos Alonso para la colección “Jardín de sueños” de
Montena-Canal, es de 1981. Es un libro de gran formato y las ilustraciones de Patrice Douenat son interesantes, pero no
aportan nada nuevo. En el texto, hay algunas diferencias con el original: las dos
veces que los niños son abandonados sólo los acompaña el padre, quien, cuando los chicos regresan, les dice que
prefiere morirse de hambre antes de volver a abandonarlos; se suprime el final
del robo de los tesoros del ogro; Pulgarcito sólo lleva mensajes para el rey,
las damas de la corte no lo contratan. El cambio más asombroso es que, antes de
quitarle las botas al ogro, Pulgarcito se apodera de su cuchillo y le corta la
cabeza de un solo tajo. Este Pulgarcito justiciero no tiene nada de débil.
En 2001 la editorial Casterman publicó un álbum en francés ilustrado por Jean-Marc
Rochette, que viene del comic. Este libro fue traducido en el 2005 por la
editorial española Blume, que también tradujo El gato con botas del
mismo ilustrador. La traducción es de Remedios Diéguez Diéguez. En la última
página del libro está la biografía de Charles Perrault, al final de la cual se
dice: “El texto del que procede esta traducción es el original de Perrault,
aunque con algunos fragmentos suprimidos para facilitar su lectura y con los
diálogos en estilo directo”. Las supresiones están marcadas en el texto por
puntos suspensivos puestos entre corchetes. La mayoría de ellas tiene que ver
con las ironías del narrador acerca de la irresponsabilidad de los padres y de
los sentimientos de la madre. No parece
que sean para facilitar la lectura sino que se trata de una censura encubierta
tendiente, una vez más, a eliminar lo políticamente incorrecto: la imagen
negativa de los padres y de las mujeres.
Las ilustraciones de Jean-Marc Rochette son muy potentes:
Pulgarcito escondido escuchando con el fondo de las sombras de los padres
discutiendo agigantadas sobre la pared, los pajaritos comiéndose las migas, los
siete chicos caminando en fila con sus sombras alargadas a la luz de la luna,
el ogro pura boca y dientes corriendo desaforado con un cuchillo en la mano. La
última ilustración muestra a Pulgarcito vestido como un mosquetero haciendo una
reverencia a alguien fuera del plano, el rey seguramente, bajo la mirada atenta
de los cortesanos. Uno de ellos, un señor con peluca blanca, se parece mucho a
los retratos de Perrault.
Imágenes de la edición de Blume ilustrada por Jean-Marc Rochette (2005)
Otra edición correcta en su texto y con buenas ilustraciones es la de Ediciones B, de 2003. Los traductores son Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual, en tanto que el ilustrador es Miguel Ángel Pacheco. En este caso, las imágenes resaltan mucho la angustia de los niños y la crueldad del ogro. Un detalle curioso son las botas de las siete leguas que se transforman en una especie de vehículo posmoderno.
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