Los tres osos

Los tres osos


La censura existió siempre

            Todos podemos comprender el porqué de la transformación de la madre de Blancanieves, o de Hansel y Gretel, en madrastra, así como la supresión de la segunda parte de La bella durmiente. Una madre que quiere abandonar o matar a sus hijos, o una abuela que quiere comerse a sus propios nietos, es demasiado para cualquiera. Pero ¿se puede censurar a un cuento tan simple e inocente como Los tres osos?
            Recordemos el argumento de la versión que llegó a nuestros días: Una familia de osos compuesta por el padre, la madre y el hijo viven en una casa en el bosque. Un día dejan la sopa (o la avena) sobre la mesa para que se enfríe y salen a dar un paseo. Entonces llega a la casa una niña (Ricitos de Oro, Pelito de Oro, Bucles de Oro, Anita, etc.) Lo primero que hace es espiar por la ventana o golpear a la puerta, pero, como parece no haber nadie, entra. En la casa hay tres tazones con la comida, tres sillas y tres camas. Ricitos prueba cada cosa y sólo la satisfacen las que son del osito, así que se come toda su comida, se sienta en su silla y la rompe y, finalmente, se queda dormida en su cama. Cuando regresan los osos, inmediatamente notan que alguien ha invadido su casa y se enojan mucho, especialmente el osito que es el más perjudicado. Al entrar al dormitorio, sus voces iracundas despiertan a la niña que se levanta de la cama, salta por la ventana y se va corriendo a su casa.

Primeras versiones

            Este cuento es de origen inglés y, obviamente, sus primeras versiones no eran tan inocentes. Uno de los primeros en escribirlo fue Robert Southey en 1837, lo incluyó en su libro The Doctor bajo el título de The Story of the Three Bears. En esta versión, la protagonista no es una niña sino una vieja fea, sucia y malhumorada y los osos no forman una familia sino que son tres amigos de diferentes tamaños. La vieja espía por el ojo de la cerradura y, cuando se cerciora de que no hay nadie en casa, entra para hacer sus fechorías. Cada vez que algo le desagrada, por ejemplo la sopa demasiado caliente, lanza una palabrota y también lo hace cuando lo que le agrada se acaba, o sea que maldice porque la comida del tazón del osito es demasiado poca o porque la silla se rompe. El final es el siguiente :
La viejecita saltó hacia fuera; y si ella se rompió el cuello en la caída, o corrió al interior del bosque y se perdió, o encontró el camino para salir del bosque y fue atrapada por la policía y enviada a una Casa de Corrección por ser una vagabunda, como en realidad era, yo no puedo decirlo. Pero los tres osos no la volvieron a ver jamás.
            Southey presentó el cuento diciendo que lo había oído de un tío suyo y, por mucho tiempo, se pensó que era original de este autor hasta que se descubrió, en 1951,  una versión en verso de 1831 con el subtítulo de El célebre cuento infantil. La autora de esta versión es una tal Eleanor Mure y la principal diferencia con la de Southey es que la vieja no logra escapar y los osos tratan de deshacerse de ella intentando quemarla y ahogarla sin éxito para, finalmente, empalarla en una aguja de un campanario...
            Así que Southey fue el primer censor de las versiones orales al transformar el final cruel en un final abierto. Y el segundo fue otro escritor, Joseph Cundall, que transformó a la vieja en una niña  llamada “Silverhair” (Cabellos de Plata). Lo hizo en su libro Treasury of Pleasure Books for Young Children de 1849 y se justificó diciendo que ya había demasiados cuentos de viejas. En 1868, en el libro Aunt Friendly’s Nursery Book, la niña pasa a llamarse “Goldenhair” (Cabellos de Oro) y en 1904, en Old Nursery Stories and Rhymes, “Goldenlocks” (Ricitos o Bucles de Oro), nombre preferido en las versiones posteriores.
           

Censura moderna

            Con el paso de los años, el cuento se transformó en uno ideal para los niños más pequeños. Su gracia consiste en la repetición de las mismas frases dichas por los tres osos en distintos tono de voz y en el constante juego de opuestos (caliente-frío, alto-bajo, duro-blando). Por esa razón, es un título que nunca falta en las colecciones de cuentos tradicionales dedicadas a los más chicos.
            Y ahora volvamos al comienzo. ¿Se puede censurar la versión moderna de Los tres osos? Sí, se puede, en nombre de la educación en valores y de lo políticamente correcto. Para demostrarlo, voy a analizar cinco versiones con características físicas comunes: todas son de cartón, todas están ilustradas con fotos de muñecos, casi todas tienen una tarjeta tridimensional en la tapa, todas fueron escritas entre 1967 y 1972 y todas están hechas en Tokyo y, lo más importante todas fueron adaptadas por Tadasu Izawa e ilustradas por Shigemi Hijikata, dos artistas japoneses. En las ilustraciones no hay nada censurable.
Todas son hermosas, con peluches de osos que van desde el dorado intenso hasta el marrón oscuro y con una niña-muñeca cuyos cabellos van desde la lana de color amarillo rabioso hasta un amarillo opaco que casi es marrón. Lo demás: los muebles de la casa, los utensilios de cocina, la vestimenta de los personajes, todo es una fiesta de color y buen gusto hasta en sus mínimos detalles.
            La censura aparece en los textos y me inclino a creer que es obra de la traducción al castellano ya que muchas veces, como veremos más adelante, la ilustración no se ajusta a lo que dice el texto. De estos cinco libros, hay uno que tiene una censura moderada y hay dos en que la censura llega a un límite que me pone los pelos de punta. Los dos últimos no están censurados para nada, pero uno está tan mal contado que no se corresponde con el alto nivel de las ilustraciones. El último, en cambio, no sólo no está censurado sino que es la mejor versión en castellano que conozco. Pertenece a una escritora argentina injustamente olvidada y a la que pienso poner en el lugar que, por mérito propio, le corresponde.

Pelito de Oro y los tres osos


Fotografía: Rose Art Studios. Impreso en Tokyo por Froebel-kan, sin fecha. Versión en castellano: sin nombre de traductor, en la colección “Miniaturas “ de Editorial Atlántida.

            Esta versión estaría muy bien si hiciera hablar a los osos en las tres ocasiones en lugar de dos (no hablan cuando ven las sillas) y si no justificara el comportamiento de la niña. Cuando aparece la muñequita, primorosamente vestida con una faldita rosa que deja ver los encajes de sus calzones largos y llevando colgada de la mano una mini-muñeca tan encantadora como ella, el texto dice lo siguiente:
            Fuera del bosque vivía una niñita a la que llamaban Pelito de Oro. Ya le habían dicho que no debía jugar en el bosque, pero un día se internó por él de casualidad y vio la casa de los tres osos. Echó un vistazo por la ventana y, al parecerle deshabitada, su curiosidad la llevó a entrar en ella.
            Pelito de Oro es políticamente correcta. No es desobediente, entra en el bosque por casualidad. Respeta la propiedad privada, entra en la casa porque le parece deshabitada... A mí esta niña me parece tonta. Si echó un vistazo por la ventana ¿no vio la mesa coquetamente puesta con un mantelito blanco encima de otro a cuadros, ni los tres tazones de diferentes colores adornados con diseños de flores, ni el aparador lleno de bonitos potes de cerámica, ni el revistero del cual se asoma un cuento con un osito...? Si realmente espió dentro de la casa, no podía pensar que estaba deshabitada. ¿A quién le creemos, al texto o a las ilustraciones? Según estas últimas, Pelito de Oro entró porque el interior de la casita le pareció fascinante.
            En compensación, el final está muy bien:
            Entonces, en ese momento, Pelito de Oro se despertó, y asustada al ver a los tres osos junto a ella, se levantó de un salto y salió corriendo de la casa. Siguió corriendo hasta salir del bosque y jamás volvió a entrar en él.
            Aunque ese “jamás” suena un tanto moralizante ...

Anita y los tres osos I


Ilustraciones: T.Izawa, S.Hijikata & Shiba Productions. Impreso en Tokyo  por Karten en 1967. Versión en castellano: sin nombre de traductor. Colección “Cuento animado”, número 9 de la segunda serie. Es el único sin tarjeta en la tapa, pero las ilustraciones son similares a las de los demás.

            El primer cambio es que la niña se llama Anita y que, en la primera página, en vez de aparecer los tres osos en su casita, aparece ella con su mamá. El texto dice así:
            Una hermosa mañana de primavera Anita salió con su muñeca a dar un paseo por el bosque. “¡No te apartes del sendero!- le dijo la mamá- ¡Mira que te puedes perder! Y regresa antes de la hora de almorzar.”
            Primera censura: una madre  que da consejos, evidente influencia de la versión de Caperucita Roja de los hermanos Grimm.
            Obviamente, Anita no sigue esos consejos, pero se sale del sendero porque “está aburrida”, se interna en el bosque “sin darse cuenta”, cuando encuentra la casa de los osos está asustada y, después de espiar por la ventana, ve y razona mejor que Pelito de Oro:
            Como nadie contestaba, Anita decidió espiar por la ventana. Sobre la mesa, que tenía un mantel muy limpito, había tres tazones con leche y cereales. ¡Parecían muy apetitosos, y Anita tenía hambre! “¿Estará mal que entre sin permiso y pruebe esa comida?”, se preguntó, y sin pensarlo más abrió la puerta...
            Un bocadito trae al otro..., y probando, probando, Anita se comió todo el contenido del tazón más chico.
            ¡Pobre Anita! Se enfrenta a un dilema moral entre su hambre y el respeto a la propiedad y a la comida ajena. Pero ella sólo quería probar, lo comió todo sin darse cuenta... De la misma manera, como está muy cansada, sólo quiere sentarse “un minuto” en la silla (que se rompe porque sí) y se acuesta en la cama más cómoda porque “tenía tanto sueño”. El narrador-censor justifica cada acción políticamente incorrecta de Anita.
            Cuando aparecen los tres osos, sólo el papá dice las frases completas, la mamá y el osito sólo repiten un eco (“¡Y los míos!”), hecho que no tiene nada que ver con la censura, pero que daña la calidad del texto.
            El final es así:
            Cuando Anita abrió los ojos y vio a los tres osos se asustó tanto que casi se cae de la cama. Pero en seguida comprendió que se había portado mal. De un salto se levantó  y pidió disculpas al osito. Los osos, que eran muy buenos, la perdonaron y le indicaron el camino de regreso a su casa. Desde ese día los cuatro fueron muy buenos amigos.
            ¡Perfecto! Anita es una buena niña, después de todo. Reconoce que se portó mal, pide disculpas y los osos son tan bondadosos que le indican el camino a su casa y se convierten en sus amigos. Excelente final que deja contentas a esas personas que preguntan a los niños, al finalizar la lectura de un cuento: “A ver chicos ¿qué nos enseña este cuento?”



            ¿Y qué nos dice la ilustración que acompaña al texto? Ahí vemos claramente a una niña que se va corriendo, sonriendo con cara de pícara, a una osa que la señala, a un oso que la mira alejarse y a un osito con el brazo levantado en un gesto amenazador...

Anita y los tres osos II


Ilustraciones: T. Izawa y S. Hijikata bajo la dirección de Dairisha Inc. Manufacturado en Tokyio en 1968. Editado en Argentina por Karten, sin nombre de traductor. Colección “Cuento animado”.

A pesar de tratarse de los mismos ilustradores, la misma colección y la misma editorial que el anterior, tanto el formato como las ilustraciones son diferentes. El libro es más cuadrado, los muñecos de los osos son completamente diferentes; también Anita que es mucho más rubia y usa un vestido hasta los tobillos, en tanto que el de la otra Anita sólo le llegaba a las rodillas. Y esta segunda Anita se mete en la casa sola, sin la compañía de su muñeca. Me imagino a los ilustradores divirtiéndose buscando, o fabricando, muñecos que representen a los osos y a la niña, armando la casita de muñecas con todos sus muebles y objetos, eligiendo cuidadosamente el atuendo de cada personaje.
            El texto, que es lo que nos interesa, es muy similar al anterior, pero me gusta más por una razón: es más coherente con las ilustraciones. Parece que el escritor que lo escribió las tuvo muy en cuenta y adaptó su texto a lo que las fotografías mostraban.
            Comienza casi igual que el otro: la mamá le hace a Anita las mismas recomendaciones, pero Anita se interna en el bosque no por estar aburrida sino porque se pone a jugar con las ardillitas y a recoger flores y fresas.  También se pierde y también tiene dudas antes de entrar a la casa:
            Nadie respondió. ¿Estaría deshabitada? La niña espió por una ventana. ¡Hmm! ¡Se le hizo agua la boca! Sobre la mesa había tres tazones con leche y cereales. “Es hora de almorzar- pensó- y yo no podré llegar a casa. ¿Quién se va a dar cuenta si como un poquito de cada taza?” Y entró y se sentó a la mesa.
            Y los cereales del osito eran tan ricos que se los comió todos sin darse cuenta. Y la sillita se rompió porque sí apenas se sentó y Anita estaba tan cansada  que se durmió inmediatamente. Acá también el narrador justifica las “malas acciones” de la niña. Veamos el final:
            Anita abrió los ojos en ese instante y casi se muere del susto al ver a los ososPero, aunque a veces fuera un poco desobediente, era una niña bien educada. De modo que saltó de la cama y pidió disculpas por todo lo que había hecho. Los osos la disculparon y le enseñaron el camino de vuelta. ¡Y cómo tuvo que correr para no llegar muy tarde!


            Aquí el narrador en vez de decir que Anita se hizo amiga de los osos, dice que corrió para no llegar tarde... ¿Qué otra cosa podía decir si la ilustración a doble página muestra, de un lado, las tres cabezas de los osos asomadas a la ventana y, del otro, a Anita a pura carrera? Claro que no explica la cara de susto de la niña...

            En resumen, las dos versiones de la colección “Cuento animado” muestran a Anita como una niña traviesa, pero buena en el fondo. Buscan justificar sus acciones políticamente incorrectas y la hacen pedir disculpas a los osos, los cuales no sólo las aceptan sino que, en lugar de enojarse, le indican el camino de regreso e incluso, en una de las versiones, se convierten en sus amigos.
            Esta moralina no está en el cuento original. El personaje de la madre ni siquiera aparece; la niña pasea por el bosque como algo natural, no se pierde, simplemente llega a la casa de los osos. No tiene dudas de índole moral antes de entrar a la casa o de probar la comida y, fundamentalmente, no pide disculpas ni, mucho menos, termina siendo amiga de los osos. Es curiosa, atrevida, independiente y bastante maleducada. Un mal ejemplo para las niñas que deben ser tímidas, sumisas y obedientes.

¿Un cuento inglés o ruso?

            Una cosa que me llamó la atención en las dos versiones de Karten es la vestimenta de los personajes. Tanto Anita, como su madre y hasta la muñeca, están vestidas como campesinas rusas: pañuelos en la cabeza, blusas blancas bordadas, botitas. La familia de osos, no; parecen ser más ricos y elegantes. Pero sobre su mesa hay un samovar, en ambas versiones y, en Anita II, los tazones y las cucharas tiene todo el estilo de las vajillas rusas.


            Eso me hizo acordar de otra versión del cuento de la editorial Progreso de Moscú, llamada “Los tres osos” y escrita por León Tolstoi, que no incluí en mi análisis puesto que no tiene las mismas características que las otras; es una edición en rústica y está ilustrada con dibujos. Lo bueno es que Tolstoi, que es tan moralista en otros cuentos para niños, eligió no censurar a éste. Es gracioso que mientras la niña no tiene nombre ni apodo, los osos se llaman Mijáil Ivánovich, Nastasia Petrovna y Mishutka. No obstante la historia es la misma: la niña se pierde en el bosque y llega a la casita, entra y se toma la sopa del osito, rompe su silla y se duerme en su cama. Los osos, como debe ser, dicen las mismas frases en diferentes tonos. Y al final:
            Y Mishutka colocó un banquillo, se subió a la cama y gritó con voz fina.
- ¿QUIÉN SE HA ACOSTADO EN MI CAMA?...
            Y de pronto, vio a la niña y empezó a dar gritos como si le mataran.
            -¡Mírala! ¡Agárrala, que no se escape! ¡Mírala! ¡Mírala! ¡Ay, ay,ay,ay!
            La quería morder. La niña abrió los ojos, vio a los osos y se abalanzó a la ventana. La ventana estaba abierta; de un salto se subió a ella y echó a correr. Y los osos no pudieron alcanzarla.



            La ultima ilustración muestra a la niña, una regordeta campesina rusa, corriendo por el bosque perseguida por el osito y el oso que portan, de manera amenazante, el primero una rama y el otro un bastón. La osa, que permanece asomada a la ventana, levanta un brazo como si estuviera por pegarle a alguien...¡Bravo por Tolstoi y sus osos feroces!
            La duda que me queda es si Tolstoi se inspiró en una versión inglesa o si el cuento existía en forma oral también en Rusia.

Ricitos de Oro



Ilustraciones de Rose Art Studios.Editada por Bibliográfica Internacional en la colección “El País de los Cuentos”, sin fecha ni nombre de traductor.

            Está versión, como ya dije, no está censurada, pero tiene otros defectos. En primer lugar, no hay un juego de opuestos, por ejemplo:
            Había tres platos de avena enfriándose en la mesa. Ricitos de Oro había caminado mucho por el bosque y tenía tanta hambre que se comió el plato de avena de Bebé Oso.
            Así nomás, sin probar primero los otros dos. En cuanto a la silla y la cama, se dice que las prueba pero sin mencionar si eran altas, bajas, anchas, duras o blandas. Además, el único que habla es el osito y el juego de las distintas voces también desaparece pues ni siquiera se nos dice qué tono de voz tiene ese personaje.
            Margaret Read MacDonald, en su libro Cuentos que van y vienen,  recomienda:      “ Es probable que haya oído esta historia muchas veces. Este cuento puede ser contado de un modo tranquilo, si lo desea, o puede ser una buena oportunidad  para probar matices de voz. La variedad de voces que va desde la del Papá Oso a la del Osito deja mucho lugar para la experimentación.”
            Éste es el final de Ricitos de Oro:
            Los tres osos fueron a su cuarto.
            “¿Quién está durmiendo en mi cama?, gritó Bebé Oso.
            Su grito despertó a Ricitos de Oro. Cuando vio a los tres osos cerca, saltó de la cama y salió corriendo asustada. Corrió y corrió hasta llegar a su casa, y nunca jamás volvió a pasear tan lejos en el bosque.

            Por fin llegamos a la verdadera historia de los tres osos. Silencio y mucha atención.

Los tres osos.



Adaptación de María Laura Serrano.
Ilustraciones de T. Izawa y S. Hijikata por intermedio de Dairisha Inc.
Impreso en Tokyio en 1972.
Editado en castellano por Editorial Sigmar.
Colección “Muñequitos”.

            Había una vez tres osos que vivían en una linda y cómoda casita, en el bosque. El papá era el Oso Grande, la mamá era la Osa Mediana, el hijito de ambos era el Osito Chiquitito.
            Un día, dejaron la sopa sobre la mesa para que se enfriara, y salieron a dar un paseo.
            Entonces vino una niñita que se llamaba Ricitos de Oro. Llamó a la puerta de la casita y nadie, nadie le contestó.
            Entró entonces a la casa, y lo primero que vio fueron los tres tazones de sopa sobre la mesa.
            “Tengo hambre”, pensó Ricitos de Oro. Probó la sopa del tazón grande y la encontró muy caliente.
            Entonces probó la sopa del tazón mediano y la encontró muy fría.
            Luego probó la sopa del tazoncito chico y la encontró muy bien.
Y se la tomó toda.
            Después, Ricitos de Oro pasó a otra habitación donde vio tres sillas.
            Primero se sentó en la silla grande, pero era demasiado alta. Luego se sentó en la silla mediana, pero era demasiado ancha.
            Miró la sillita chiquita y dijo: “¡Ésta me sirve!”
            Pero cuando se sentó, lo hizo con tanta fuerza, que de inmediato, se rompió.
            Tras esto, Ricitos de Oro fue al dormitorio donde vio tres camas.
            Primero probó la cama grande, pero era muy dura. Después probó la cama mediana, pero era muy blanda.
            Entonces se acostó en la camita chiquita y le pareció muy bien.
            Y Ricitos de Oro se quedó dormida.
            Mientras ella dormía, volvieron de su paseo los tres osos, y mirando a su alrededor...


            “¡Alguien ha estado probando mi sopa!”, dijo el Oso Grande con su gran vozarrón.
            “¡Alguien ha estado probando mi sopa!”, dijo la Osa Mediana con su voz mediana y cara de mucho, mucho asombro.
            “¡Alguien ha estado probando mi sopa, y se la tomó toda!”, dijo el Osito Chiquitito con su vocecita chiquitita, y cara de mucho, mucho enojo.
            Entonces los tres osos pasaron al otro cuarto.
            “¡Alguien ha estado sentado en mi silla!”, dijo el Oso Grande con su gran vozarrón.
            “¡Alguien ha estado sentado en mi silla!”, dijo la Osa Mediana con su voz mediana, y cara de mucho, mucho asombro.
            “¡Alguien ha estado sentado en mi silla y la rompió!”, dijo el Osito Chiquitito con su vocecita chiquitita, y cara de mucho, mucho enojo.
            Entonces los tres osos, muy intrigados, fueron al dormitorio.
            “¡Alguien estuvo acostado en mi cama!”, dijo el Oso Grande con su gran vozarrón.
            “¡Alguien estuvo acostado en mi cama!”, dijo la Osa Mediana con su voz mediana, y cara de mucho, mucho asombro.
            “¡Alguien estuvo acostado en mi cama... y todavía está!”, dijo el Osito Chiquitito con su vocecita chiquitita.
            Las voces despertaron a Ricitos de Oro. Cuendo vio a los tres osos que estaban mirándola, saltó rápidamente de la cama, escapó por la ventana y por suerte cayó sobre un blando montón de hojas. Y entonces echó a correr hacia su casa tan ligero como sus piernas se lo permitieron...

            Sobran los comentarios. Sólo queda una pregunta:
¿Quién fue esta María Laura Serrano que conocía tan bien el lenguaje adecuado para narrar una historia a los más chiquitos?

La respuesta en la página  "Julia Daroqui".

Bibliografía


- Curry, Charles Madison y Clippinger, Erle Elswortrh, Children’s Literature, Chicago, Rand McNally & Company, 1926.

- Read MacDonald, Margaret, Cuentos que van y vienen- Cómo inventar nuevos y narrar los favoritos de siempre, Buenos Aires, Aique, 2001. 

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